Una casa está viva. Sus ocupantes contaminan el aire interior, al respirar y transpirar. No obstante, también sus actividades (cocinar, duchar, calentar, fumar, etc…) así como la propia casa (compuestos orgánicos volátiles de los materiales de construcción, tales como formaldehído y terpenos), también contribuyen a la calidad del aire inferior. Los altos niveles de aislamiento y una ventilación insuficiente, crean un aire rancio y sucio, y crean una base de proliferación de moho, virus y bacterias. La acumulación de fluidos, CO2 y altas concentraciones de gases (como el radón) también son riesgos.
A largo plazo, un mal clima interior puede dañar la salud de los ocupantes. Problemas respiratorios, garganta seca, irritación de los ojos, dolores de cabezas, alergias, pérdidas de concentración, poca energía o falta de sueño, son algunos de los efectos posibles. Por esto es muy importante ventilar profundamente y de forma regular.
Un sistema de ventilación con aportación de aire fresco tiene muchos beneficios. Para empezar es una elección saludable porque el aire fresco se suministra directamente. Esto también ahorra energía de forma inmediata, porque un flujo de aire natural significa que no se necesita una energía auxiliar. Gracias al diseño sencillo, el sistema también es fácil de mantener.